Ojalá fijáramos la brisa, o quedara grabada la emoción, o hubiéramos podido sujetar la luz a la palabra; pero luz, emoción, brisa se acurrucan apenas a los pies del poema, besan su frente y enseguida rompen sus lazos, libres. Quedan las huellas que la poesía nos lega cuando camina sobre la disímil materialidad del lenguaje. Nosotros, apalabrados, seguiremos en un viaje vital dentro de la certidumbre de aquello que nos elude. El tiempo se encargará de lo que quede

viernes, 20 de septiembre de 2013

Ayuda memoria


Abriré tu puerta, dije
con la experiencia de mi madre.
Giraré la llave del motor
con el disfrute de mi padre
que no olvidó la primacía
del placer sobre la máquina.

Los amigos son el paragolpes
y la carrocería. No necesito
otras cubiertas. Mi pie
habilitará el freno
y el embrague:
no dejaré que nadie
vuelva a apurar con su bocina
mi melancolía
o demuela mi felicidad
a las puteadas.
Me aferraré al volante, vida mía
con las manos que
conducen nuestro oasis.

El acelerador tendrá
el peso de tu pierna
eje de la balanza, amor y contrapeso
aprovechare tu búsqueda
de la cadencia exacta
para que el motor afine
en cualquier recorrido.

Y cuando sienta la tentación
de tirar el acelerador
a fondo a toda costa
me acordaré de tu espalda, amor
la férrea decisión
aún si me tocara
quedar cubierta de polvo
durante décadas
en algún garage
perdido del camino.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Otro basilisco en el vecindario

(un cuento en verso)

Compraré unos pollos sin stress 
en la biblio comunitaria
y llevare a pasear al Lagarto.
Primero conjuraré el delirium
que lo estremece cuando intuye
la correa. Viene corriendo
tiembla salta, me lame
solo aquieta su patas
al esperarme en el jardín
frente a la puerta que da a la calle.
Mira para afuera y me mira a mi,
sonriente y feliz,
"¿vamos, humana, vamos,
vamos, vamos, VAMOS, YA?"
le explico: "tengo que ponerte el collar
vení para acá"
Viene, me lame, mira el collar
entonces recuerda la libertad de la acera
y salta de alegría y de vuelta estaciona
su cola al lado de la puerta. 
"¿vamos, humana, vamos,
vamos, vamos, VAMOS, YA?"
La escena se repetiría ad infinitum

si la montaña no va a mahoma,
ceci va al lagarto. Por fin
salimos a la vereda:
tengo qe cerrar con llave,
tiene que hociquear el cantero...
Mientras, explico la logística:
"derecho por acá no iremos,
andan los perros negros
ya te agarraron la otra vez,
doblemos en la esquina".
Y asi avazamos, a meaditas
acá un chorrito, allá unas gotas,
mas allá un montón.
Lagarto debe husmear todo
empiezo a mirar la hora y a dudar
de lo acertado de mi elección.
El, como si nada, me comenta:
"mirá, por aca
pasó el perrito epsilon
y el gama marrón
comió carne hoy
¿cuándo, yo?".
Una vereda parece un espejo.
Hoy no escaparemos de los demonios negros.
La amabilidad del vínculo humana-perro 
pasa a ser tironeo.
Apuro el paso, intento
que la limpieza pase desapercibida a su nariz,
al infeliz le encantan las veredas impolutas
mas si hay viejas cara de orto,
y esta acera conjuga ambas características.
Me anticipo pero no
y un minuto después,
al lado del cantero mas pituco
humea un sorete de tamaño regular.
Una escoba nos mira como Mordor
¿dónde está el anillo? La bolsita de plástico
afloja un poco el ceño de la escoba
que de todos modos hiere. Su odio 
es proporcional al brillo de la acera.

No nos damos vuelta
ni siquiera para ver donde se esconde;
y con la bolsita caliente en la mano
huimos velozmente antes
de que nos convierta en estatutas de sal.