Junto a la bicicleta verde que la incitaba con su guiño para que se vayan a dar otra vueltita a la manzana, de niña jugó con las lombrices.
Las mitades marrones reptaban sobre una mano asombrada; los ojos bien abiertos de la niña
descubrían la resistencia: renacer desde un pedazo de sí.
Pasaron varios departamentos solitarios, cada uno legó un descubrimiento: en las macetas no entran lombrices; no era hábil para contactarse con la fauna urbana; y así.
Pasaron varios departamentos solitarios, cada uno legó un descubrimiento: en las macetas no entran lombrices; no era hábil para contactarse con la fauna urbana; y así.
Un jardín de helada tierra, yerta tras los pisotones de la historia, había barrido toda semilla. Sólo dos árboles sobrevivían.
Las manos creyeron en el
agua, entibiaron la fragilidad de las hojas
caídas, crearon humus con los ojos bien
abiertos. Y esperaron.
Con ella traía la alegre certidumbre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario