Sentí amainar un cuerpo
alrededor de un corazón enajenado.
Descubrí el sabor del fuego
tras secar la boca insaciable de la ciénaga.
También vi morir atragantados
a quienes mordieron el desgarro.
Ojalá fijáramos la brisa, o quedara grabada la emoción, o hubiéramos podido sujetar la luz a la palabra; pero luz, emoción, brisa se acurrucan apenas a los pies del poema, besan su frente y enseguida rompen sus lazos, libres. Quedan las huellas que la poesía nos lega cuando camina sobre la disímil materialidad del lenguaje. Nosotros, apalabrados, seguiremos en un viaje vital dentro de la certidumbre de aquello que nos elude. El tiempo se encargará de lo que quede
viernes, 14 de julio de 2017
jueves, 13 de julio de 2017
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