Ojalá fijáramos la brisa, o quedara grabada la emoción, o hubiéramos podido sujetar la luz a la palabra; pero luz, emoción, brisa se acurrucan apenas a los pies del poema, besan su frente y enseguida rompen sus lazos, libres. Quedan las huellas que la poesía nos lega cuando camina sobre la disímil materialidad del lenguaje. Nosotros, apalabrados, seguiremos en un viaje vital dentro de la certidumbre de aquello que nos elude. El tiempo se encargará de lo que quede

sábado, 7 de diciembre de 2013

inseguridad urbana


No me da miedo 
(o no me da tanto miedo)
que los lobos griten a la luna 
ni que muestren las hienas 
sus dientes sedientos. 

Me ocupa el aullido 
de la vaquita de san antonio
y la mariposa: 
los colmillos desenfrenados 
del conejo urbano 
me dan pánico.

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