Llegó la estampida.
Mordidas angustiadas, miedo atávico y su ciego
empujón sostenían
el amargo del polvo sobre el cuerpo.
¿Huían de un león, un helicóptero, el incendio?
Quizás una misma boca sonreía
ineludible
para todas las especies el diente infinito.
Pero la llovizna alivió al pecho
con la dulzura del agua y sus certezas:
que la estampida es nula en el momento justo
que otro aire entibiará a las bestias.
Como una anciana que camina
los que podrían ser sus últimos pasos
asoma su nariz a la vereda
el sol.
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