Las marcas dicen PROHIBIDO ESTACIONAR. Una pared de grasa y otros edificios abandonados protegen el interior. En general, funciona. Los piratas del asfalto pasan de largo.
Un sonido que sólo escuchan desde adentro indican que un intruso acaba de ingresar en el espacio privado. En su cara las cámaras de vigilancia descubren las marcas de la violencia.
La alarma chilla. El intruso ha avanzado. Un movimiento de su rodilla tiene la potencia para forzar todas las puertas cerradas, los cinturones de castidad.
El aullido rojo me anuncia el contacto inminente. Las manos alertas, las piernas despiertas, el cuerpo presto a alejar la guerra de mi territorio. Elaboro también un plan de retirada.
Trato de saludar al conocido superficial que me saluda. No es fácil ser cortés con el combate feroz entre fantasmas que está cubriendo toda mi cara.
Ojalá fijáramos la brisa, o quedara grabada la emoción, o hubiéramos podido sujetar la luz a la palabra; pero luz, emoción, brisa se acurrucan apenas a los pies del poema, besan su frente y enseguida rompen sus lazos, libres. Quedan las huellas que la poesía nos lega cuando camina sobre la disímil materialidad del lenguaje. Nosotros, apalabrados, seguiremos en un viaje vital dentro de la certidumbre de aquello que nos elude. El tiempo se encargará de lo que quede
No hay comentarios:
Publicar un comentario