Frida vela
entre el incendio del costado
y la supervivencia del mas fuerte.
Vino, pide la boca; un remolino
torpedea el organismo
apenas cae el sorbo abierto hace días.
Pero que importa si ya suena el pozo en
el techo
negro cuadro sobre la nada blanca
que, convirtiendo la materia en fluido,
mana en contra de la gravedad
y, en el lugar donde reposan,
metaforiza a las mujeres oscuras.
¿existe ese otro sitio, arriba
donde vibra el fresco de la hierba
y el tren del sol muge como si
estuviera pariendo?
El señor de los tornados
sus puntillas de aire, ráfagas oleajes
me suben a un pentagrama
vuelo sobre la hoja blanca
este papel salpica caprichosamente de
nube en cielo
hasta que sopla
con la furia de Eolo cuando descubre la
muerte;
dejo el pentagrama
conozco del paracaídas bemol y
sostenido
seis cuerdas imperiales que acomodan
la seda al terciopelo del teatro;
el paracaídas susurra como un lunar
descubierto junto al ombligo amado.
Pero el estruendo raja
el abrazo entre la cuerda y la madera
aguijonea una por una las seis cuerdas
las cuerdas y los vientos obsesivamente
juegan
sobre las mismas sílabas
juntos giran
son una botella, Frida, contra el frío
los aplausos avisan que se acabó la
fiesta.
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