Hundo las manos en el ajetreo del agua
no me acompaña el perrito que bebía
agua jabonosa al menor descuido
ni el otro, que desde la esquina de la sombra
cuidaba mis manos con sus ojos.
Acude en cambio, descalza, desnuda
una avispa que no se espanta
con el humo del palo santo.
Roza las blusas delicadas
no enjuaga, no tiende a secar.
Ambas volvemos a la notebook.
La gata abraza la pantalla.
Cuando acaricio su cabeza peluda
algo del orden de lo que se equilibra
libera su peso y percibo
como la tristeza camina unos pasos
descalza aún,
pero un poco más vestida.
Ojalá fijáramos la brisa, o quedara grabada la emoción, o hubiéramos podido sujetar la luz a la palabra; pero luz, emoción, brisa se acurrucan apenas a los pies del poema, besan su frente y enseguida rompen sus lazos, libres. Quedan las huellas que la poesía nos lega cuando camina sobre la disímil materialidad del lenguaje. Nosotros, apalabrados, seguiremos en un viaje vital dentro de la certidumbre de aquello que nos elude. El tiempo se encargará de lo que quede
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