Nació el rojo
vino al don amarillo de este otoño
inconsciente mandarino
disfruto sus lunares
naranja, rojo, verde y
otra vez: amarillo;
antes viví durante mucho tiempo
en el gris y el negro
con el miedo, el mínimo
común riesgo, el
egoísmo de impedir
que la tierra propia
abonara el cantero ajeno
¡pero no busco oscurecerme de recuerdos!
me sacudo de esta silla
caminaré una baldosa
la emoción
ya
entre
corta
mi
voz:
la
potencia
infinita
resplandece
en
toda
su
magnitud
Ojalá fijáramos la brisa, o quedara grabada la emoción, o hubiéramos podido sujetar la luz a la palabra; pero luz, emoción, brisa se acurrucan apenas a los pies del poema, besan su frente y enseguida rompen sus lazos, libres. Quedan las huellas que la poesía nos lega cuando camina sobre la disímil materialidad del lenguaje. Nosotros, apalabrados, seguiremos en un viaje vital dentro de la certidumbre de aquello que nos elude. El tiempo se encargará de lo que quede
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