Escena universal: un perrito, inconsciente de sí, otea el cielo verde que canta gracias a él.
Ojalá fijáramos la brisa, o quedara grabada la emoción, o hubiéramos podido sujetar la luz a la palabra; pero luz, emoción, brisa se acurrucan apenas a los pies del poema, besan su frente y enseguida rompen sus lazos, libres. Quedan las huellas que la poesía nos lega cuando camina sobre la disímil materialidad del lenguaje. Nosotros, apalabrados, seguiremos en un viaje vital dentro de la certidumbre de aquello que nos elude. El tiempo se encargará de lo que quede
lunes, 3 de septiembre de 2012
Lagarto Krisna
Pero mi perro busca con la vista a los pájaros
que solamente escucha entre el follaje del mandarino ¿o será la rosa
china? Una pequeña hazaña, significante para los anónimos protagonistas
de esta escenita barrial, ha logrado el canto de las aves que yo tampoco
veo, que yo también escucho: consiguieron aquietar el incesante
pendular del alegre cachorro. Como si el movimiento no le permitiera investigar
los nuevos sonidos, sentado sobre sus cuartos traseros, con la cara
hacia arriba, mira inquisidoramente, perplejo, divertido. Veo en su carita
una sonrisa. ¿Entenderá que los pájaros anidan ahora en nuestros
árboles gracias a su propia presencia? Desde que llego el cachorro, los
innumerables gatos de nuestro vecino decidieron buscar un territorio
menos incómodo que el jardín del mandarino.
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