Existe la voracidad de la máquina
el látigo de acero que limita el tronco.
Pero un diente de león mira de frente
la infamia de la sierra, aquella
que busca restringir su entrada
en la brisa atiborrada de arcoiris.
El diente de león resiste dignamente.
Lo tiran mil vueltas asesinas
cae con la pesadez que otorga
la sabiduría de lo verde.
Otra liviandad, la lluvia
que cuando llega sabe
restañar bellezas.
Una mariposa
sobre el tallo, roto, bebe
del agua de la derrota, aprende
que se puede resistir volando
para no morir en la caída.
Ojalá fijáramos la brisa, o quedara grabada la emoción, o hubiéramos podido sujetar la luz a la palabra; pero luz, emoción, brisa se acurrucan apenas a los pies del poema, besan su frente y enseguida rompen sus lazos, libres. Quedan las huellas que la poesía nos lega cuando camina sobre la disímil materialidad del lenguaje. Nosotros, apalabrados, seguiremos en un viaje vital dentro de la certidumbre de aquello que nos elude. El tiempo se encargará de lo que quede
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