
Marcamos la misma altura.
Leo su mirada de modo parecido
a lo que él percibe de si mismo,
y él conoce cómo
proyecto mi imagen de mi.
Cuando uno cae dentro del espejo propio
- territorio enemigo de uno mismo -
en la cual el reflejo nos demuele
con el brillo imposible de lo perfecto
la mirada amable del otro
nos remolca al terreno singular de nuestra talla.
Sostenidos por el puntal dulce del abrazo
reviso el tono agudo que ni yo me aguanto
y él remueve su heredada actitud insoportable.
Nos recostamos
en el líquido ajeno, suficiente
para limpiarnos el espejo.
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