Las palabras yacen
y sobre llamas, mueren
o ascienden como chispas
ajenas a la carne.
Cuando marcan la tierra, crean
una señal solo legible
habitando la distancia.
Al preservar los trazos en lo éxtimo,
se trasciende
el péndulo de palabras y cenizas.
Ojalá fijáramos la brisa, o quedara grabada la emoción, o hubiéramos podido sujetar la luz a la palabra; pero luz, emoción, brisa se acurrucan apenas a los pies del poema, besan su frente y enseguida rompen sus lazos, libres. Quedan las huellas que la poesía nos lega cuando camina sobre la disímil materialidad del lenguaje. Nosotros, apalabrados, seguiremos en un viaje vital dentro de la certidumbre de aquello que nos elude. El tiempo se encargará de lo que quede
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