Cada cual a su timbre o espanto
al unísono, ladran, cada cual
los perros del barrio, cada cual.
El aullido es el desgarro
ésa explosión
sin razón
aparente.
Aúllan poco
los perros
del barrio.
El Grisín,
ajeno
en el rincón
de su mundo
nuevo rasca
su vacío
se muerde
la espalda
hasta que mana
sangre
abundante
de la memoria
en la piel
le quema
el aullido
silente
debo abrazarlo para que se detenga.
Ojalá fijáramos la brisa, o quedara grabada la emoción, o hubiéramos podido sujetar la luz a la palabra; pero luz, emoción, brisa se acurrucan apenas a los pies del poema, besan su frente y enseguida rompen sus lazos, libres. Quedan las huellas que la poesía nos lega cuando camina sobre la disímil materialidad del lenguaje. Nosotros, apalabrados, seguiremos en un viaje vital dentro de la certidumbre de aquello que nos elude. El tiempo se encargará de lo que quede
No hay comentarios:
Publicar un comentario