Ojalá fijáramos la brisa, o quedara grabada la emoción, o hubiéramos podido sujetar la luz a la palabra; pero luz, emoción, brisa se acurrucan apenas a los pies del poema, besan su frente y enseguida rompen sus lazos, libres. Quedan las huellas que la poesía nos lega cuando camina sobre la disímil materialidad del lenguaje. Nosotros, apalabrados, seguiremos en un viaje vital dentro de la certidumbre de aquello que nos elude. El tiempo se encargará de lo que quede

viernes, 5 de febrero de 2010

en un minúsculo reborde

los gritos del pensamiento
la desvaída estela de no haber podido saber
donde huirá el filósofo –el poeta- para hacerse el idiota
qué es lo que puede un cuerpo.

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