Yo no lo quise así.
Hablo de la savia, roja
digo el tronco de los nervios
las flores venenosas en la piel.
Soñé con negarlo
anular su sombra. Ahora lo sé:
el árbol del abuso
siempre será parte de mí.
Aprendí que puedo hendir
las ramas en donde crece la certeza
de lo dañino del deseo ajeno,
desflorar el sentimiento
de culpa por padecer deseo,
impedir que brote
la convicción de merecer castigo.
Intento arrancar el fruto
que me niega la confianza.
Esa violencia ajena encarnada
en mi cuerpo estalla
en cualquier estación.
Aunque me limite, la poda
es un vital dispositivo feroz.
Ojalá fijáramos la brisa, o quedara grabada la emoción, o hubiéramos podido sujetar la luz a la palabra; pero luz, emoción, brisa se acurrucan apenas a los pies del poema, besan su frente y enseguida rompen sus lazos, libres. Quedan las huellas que la poesía nos lega cuando camina sobre la disímil materialidad del lenguaje. Nosotros, apalabrados, seguiremos en un viaje vital dentro de la certidumbre de aquello que nos elude. El tiempo se encargará de lo que quede
No hay comentarios:
Publicar un comentario