al gesto de Y visto anoche
por suerte la casa es dulcísima: esta ronda de letras pasaría la alcoholemia de pocas censuras editoriales. pero Z quiere subirse a una pared. aunque una escalera de basura facilita la tarea el volumen del alcohol oscurece los movimientos. el resto del abecedario -ojos nadando en espirituosos- lo sabemos por experiencia propia, ya que la foto en este vórtice nocturno demostraría muñecas desmañadas hablando con títeres torpes.
Z apoya las manos sobre el muro, hace fuerza con los brazos. después del tercer o cuarto intento instala una certeza en nosotrxs: el segundo piso potencia la dureza donde podría romperse cualquier palabra.
- vení, no seas gil - claro que no va a hacer caso.
- no te subás, eh!- ¿quiere estar un rato divertido en otro borde?
- ¡dejate de joder, cheeeeee!- ¿atraer nuestras miradas?
- ¡¡boludo, te vas a caer!!- ¿arrodillarse sobre la sal de las ausencias?
del sonido de un idioma cercano al arameo el abecedario descifra: “callensé, carajo, si me hablan no puedo subirme”
silencio de radio para la concentración zen. Z logra por fin sentar sus titubeos sobre la pared, luego de la sexta o septima verdad desencontrada.
el abecedario ha experimentado sus propios equilibrios endebles. en las noches oceánicas como ésta a todas las letras nos duelen los huesos del alma quebrados tantas veces por los golpazos autóctonos. asi que Y traza los tres pasos que nos separan de la pared para treparla sin mayor esfuerzo, sentar su amistad al lado de Z, acompañar sosteniendo. Al cabo de pocos minutos baja Z, baja Y, incorporan sus serifs a algun trago de la botella rondante de mano en mano.
Mientras, el resto del abecedario habíamos continuado el otoño indeciso entre la caída en el amor o la caída en la caída.
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