Les veo los designios en el aura. Se dan cuenta qe estoy en el estado apropiado pero no lo logran: ni siquiera en celo literario me he dejado coger por esos vocablos que cuando me rondan actuan como el macho alfa de animal planet. Intentaron morderme la nuca y ajustarle el collar a la asociación libre. Si se lo permito, esas palabras buscarán meterse dentro mío sin juegos, podarán los coliflores de mi balcón. A golpes de ortodoxia plagada de taxonomías RAE, acabarán conmigo sin mi. Son términos propietarios de una exacerbada ansiedad literal, tirarían hilos de preconceptos con sus incisivos inutiles para degustar el disfrute de la lengua, tejiendo un velo de viuda, una mortaja.
Inútiles, cabalmente inútiles en mi hoja: a mi me gustan las voces circulares, me seduce la extensión temporogramatical de un pecho ancho o la redondez verbal de “endulzar”. Adoro “ojos cómodos” para recostarme en ellos a mirar el armazón de nervios que sustenta a los ansiosos incisivos y desde ahí mismo, anotar. Disfruto la palabra “oso”, mullida como piso de castillo inflable, sobre un pecho que anote un ausente con aviso a esos huesos, desplumados hasta parecer una exageración de bicicleta, que cuando asoman su nariz calcificada lastiman mis curvas. "Abrazo", sostenida por una panza contorneada que ceda pero manteniendo la firmeza.
Esos términos me seducen, generan mi deseo, decido abrazarlos, abrirme amorosamente a sus designios, compartir el placer de la letra una y otra vez, disfrutar en ellos y mediante ellos lograr un embarazo de perra, parir 9, 11 poemitas, darles de mamar con la teta del corazon y la del cerebro, dejar morir a los que no ameriten obituario, respaldar mi agonía mensual: si un cachorro crece en la hoja durante el otoño, la vida literaria está justificada.
Ojalá fijáramos la brisa, o quedara grabada la emoción, o hubiéramos podido sujetar la luz a la palabra; pero luz, emoción, brisa se acurrucan apenas a los pies del poema, besan su frente y enseguida rompen sus lazos, libres. Quedan las huellas que la poesía nos lega cuando camina sobre la disímil materialidad del lenguaje. Nosotros, apalabrados, seguiremos en un viaje vital dentro de la certidumbre de aquello que nos elude. El tiempo se encargará de lo que quede
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