Me amó hasta que quedó de mi
una cascada dormida en baldosas rosas
labios sangre de muñeca
dije que no mordería las manos del rio que lo lleve
cuánto querría matarlo
si fuera distinto a morirme
cuanto querría matarlo
si no fuera tan distinto a morir.
Ojalá fijáramos la brisa, o quedara grabada la emoción, o hubiéramos podido sujetar la luz a la palabra; pero luz, emoción, brisa se acurrucan apenas a los pies del poema, besan su frente y enseguida rompen sus lazos, libres. Quedan las huellas que la poesía nos lega cuando camina sobre la disímil materialidad del lenguaje. Nosotros, apalabrados, seguiremos en un viaje vital dentro de la certidumbre de aquello que nos elude. El tiempo se encargará de lo que quede
"Si no fuera distinto a morirse " hay, ceci, a veces no hay línea divisoria entre ambos actos, se parece al amor este poema.
ResponderEliminarmatar/morir, qe dupla, qe dupla... qizas agregue tu interpretacion; mi ultimos versos hablan de la imposibilidad de matar al hombre qe me amó sin matarme a mi misma; pero sumaría muchísimo esta interpretación tuya de qe al amor hay qe buscarle siempre la vida! "cuanto qerría matarlo si no fuera tan distinto a morirse "
ResponderEliminarYo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero.
ResponderEliminarAmé la soledad, la heroica perduración de toda fe,
el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas,
la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre alucinaciones,
y también el pequeño temblor de las bujías en el anochecer.
Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros las tatuaron.
De mi estadía quedan las magias y los ritos,
unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor,
la humareda distante de la casa donde nunca estuvimos,
y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que no me conocieron.
Lo demás aún se cumple en el olvido,
aún labra la desdicha en el rostro de aquello que se buscaba en mí igual que en un espejo de sonrientes praderas,
y a la que tú verás extrañamente ajena:
mi propia aparecida condenada a mi forma de este mundo.
Ella hubiera querido guardarme en el desdén o en el orgullo,
en un último instante fulmíneo como el rayo,
no en el túmulo incierto donde alzo todavía la voz ronca y llorada
entre los remolinos de tu corazón.
No. Esta muerte n tiene descanso ni grandeza.
No puedo estar mirándola por primera vez durante tanto tiempo.
Pero debo seguir muriendo hasta tu muerte
porque soy tu testigo ante una ley más honda y más oscura que los cambiantes sueños,
allá, donde escribimos la sentencia:
“Ellos han muerto ya.
Se habían elegido por castigo y perdón, por cielo y por infierno.
Son ahora una mancha de humedad en las paredes del primer aposento.
Olga Orozco
(el primer verso)
y un abrazo para vos!
"debo seguir muriendo hasta tu muerte". ai. ai. ai.gracias por compartir Orozco, una autora qe me debo. abrazo!
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