estos kilometros de arena
me amargan la lengua
¡hombre de mil nombres
pero del mismo!
resabio de tu boca generosa
endulzaste mi vientre
con tus cerezas
el rayo de luz me entreteje
bajo tu abrazo urdimbre
soy una sola
una, que sonríe su entrega
por que habito el momento
a quien no le exigiré a cambio
la bendita maldición del angel rubio
ata los cordones de nuestras zapatillas
crea nuestras caidas revoltosas
divertidas
una vez
y otra
y otra mas.
Ojalá fijáramos la brisa, o quedara grabada la emoción, o hubiéramos podido sujetar la luz a la palabra; pero luz, emoción, brisa se acurrucan apenas a los pies del poema, besan su frente y enseguida rompen sus lazos, libres. Quedan las huellas que la poesía nos lega cuando camina sobre la disímil materialidad del lenguaje. Nosotros, apalabrados, seguiremos en un viaje vital dentro de la certidumbre de aquello que nos elude. El tiempo se encargará de lo que quede
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