no doy cheques en blanco
ni los espero
el mortero de las letras
racionaliza el gemido
que busca tu cuerpo
piedra digna de mejor causa
que estas causas cobardes
pobladoras de cruces
de mi cementerio
no sé cómo pronunciar tu apellido
no sabés mi segundo nombre
la ilusión son los ojos callejeros
del perro sentado en la puerta
que al mirar al camarero
sacar la basura
espera el hueso flaco
del talón de aquiles
de mis talonarios y bancos
antecesores de hastíos
me lastimo en porciones
y rearmo la red que me evade
del espanto
llorando
yo no se pronunciar tu apellido
quizás jamás pueda hacerlo
pero a pesar del libro diario
el cotidiano olor a desinfectante
y este desconocimiento
pasé cuatro horas cortando papeles
para hacerte un regalo.
Ojalá fijáramos la brisa, o quedara grabada la emoción, o hubiéramos podido sujetar la luz a la palabra; pero luz, emoción, brisa se acurrucan apenas a los pies del poema, besan su frente y enseguida rompen sus lazos, libres. Quedan las huellas que la poesía nos lega cuando camina sobre la disímil materialidad del lenguaje. Nosotros, apalabrados, seguiremos en un viaje vital dentro de la certidumbre de aquello que nos elude. El tiempo se encargará de lo que quede
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